Todos tenemos un tema "dramático principal" en nuestra vida. Este
tema que se repite una y otra vez desde que abandonamos la infancia. En
general, este tema permanece oculto para nosotros hasta que tenemos la
suficiente conciencia como para verlo y hacer algo al respecto. Y en este tema
se halla involucrada nuestra definición inconsciente del amor, que quedó
impresa en nuestro cuerpo emocional a través de la relación que mantuvimos con
nuestros padres y de la observación del tipo de relación que ellos mantenían
entre sí.
Pero ésta no es
nuestra definición adulta del amor; es la definición errónea del amor que
aprendió nuestro yo infantil, una definición que se impone implacablemente en
nuestra vida adulta en contra, al parecer, de nuestras mejores intenciones.
Nuestra definición inconsciente del amor se
filtra en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida adulta, pero se
revela con más claridad en lo referente a nuestras relaciones íntimas.
El examen de los
resultados de nuestras relaciones íntimas fracasadas revelará efectivamente
cuál es nuestra definición inconsciente del amor, pues nuestro deseo de amor y nuestro deseo de
intimidad van de la mano.
Si nuestras
relaciones íntimas primarias (aquellas que tuvimos con nuestros padres) fueron
problemáticas, este hecho quedará claramente reflejado en las relaciones
íntimas que tengamos con nuestras parejas. Esta definición inconsciente del
amor tomará un aspecto diferente en cada uno de nosotros, pero los mecanismos
mediante los cuales se manifestará serán idénticos.
Nuestra definición
inconsciente del amor es la señal emocional que experimentamos en nuestra
infancia cuando pedíamos amor. Por tanto, es la señal emocional que recreamos
inconscientemente en nuestra experiencia vital cada vez que sentimos la
necesidad de ser amados o cada vez que intentamos mostrar nuestro amor a «otra»
persona concreta.
Al principio, antes
de ver este patrón dentro de nosotros
mismos, lo vemos con claridad en los demás.
Cada vez que
intentamos mantener una relación amorosa, tenemos la impresión de que el «otro»
termina comportándose con nosotros de forma «poco amorosa». Nuestro patrón
negativo personal se revelará en las «condiciones» que el «otro» nos dicta.
Pero lo que conviene no olvidar es que nuestra definición inconsciente del amor
no se revela en el modo en el que comienzan nuestras relaciones íntimas, sino
en el modo en que terminan. Este patrón se hace evidente siempre en el
resultado de nuestros intentos por experimentar amor. Si nuestras relaciones no
terminan, no se rompen, este patrón se
revelará en la forma en que la relación se hace agria.
Lo que se pone en
juego es el efecto espejo. La persona que nos rompe el corazón es «el
mensajero», y el modo en que reaccionamos ante esta experiencia contiene los
detalles de «el mensaje».
Nuestro miedo no nos
permite mirarnos a nosotros mismos, ya que nuestra ira nos lleva a reaccionar
ante nuestros propios reflejos en el mundo con culpabilizaciones y venganzas.
Pero, por debajo de
todo esto, lo que hay es una profunda sensación de pérdida. Ése es nuestro
dolor, nuestro pesar.
Para un niño no
existe mayor causa de pesar que la de abrirse a la experiencia del amor
incondicional y, en lugar de ello, recibir heridas (o rechazo, o incluso
humillaciones). Y este dolor se intensifica cuando el niño entra en la fase
adulta de su vida y repite una y otra vez su desagradable experiencia.
Entonces, ¿cómo podemos terminar de una vez por todas
con este doloroso ciclo inconsciente?
Formulándonos las
siguientes preguntas con sinceridad, y dejando que nuestra presencia interior
nos revele las respuestas, llevaremos a cabo un cambio perceptivo que
desactivará este recurrente patrón negativo.
Los
5 pasos para iniciar este cambio de percepción en las relaciones:
Primer paso: ¿Cómo termina siempre el asunto?
El primer paso consiste en identificar cuál es
nuestra definición inconsciente del amor. Y esto es sencillo de hacer. Nos
preguntamos de qué modo terminan siempre, o se amargan, nuestras relaciones
íntimas. Existen tres maneras de llevar a cabo este paso:
1. Describiendo lo
que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando
con la palabra «nosotros»: «Nosotros siempre terminamos...».
2. Describiendo lo
que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando
con la palabra «yo»: «Yo siempre termino...».
3. Describiendo lo
que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando
con la palabra «ellos»: «Ellos siempre terminan...».
El objetivo del
primer paso es el de obtener una palabra o una frase que describa el común
denominador del modo en que todas nuestras relaciones íntimas suelen terminar o
agriarse.
En un principio,
puede parecer que las circunstancias de cada caso son diferentes, pero aquí es
donde interviene el segundo paso, ayudándonos a aclarar lo que está ocurriendo
realmente.
Segundo
paso: ¿Cómo me siento?
El segundo paso exige
que alejemos el foco de atención de las circunstancias físicas que envolvieron
el modo en que terminaron o se agriaron nuestras relaciones íntimas. Tenemos
que apartar nuestra atención del comportamiento físico tanto de nuestras
parejas como de nosotros mismos. Hasta hace poco, las circunstancias físicas de
nuestra relación constituían el centro de nuestra atención, y bien puede ser
ésta la razón por la cual tenemos la impresión de que nuestras distintas
relaciones han tenido resultados diferentes. Lo que tenemos que hacer ahora es
poner nuestra atención en cómo nos
sentíamos cuando finalizó cada una de esas relaciones.
En otras palabras,
¿qué naturaleza tenía nuestro contenido emocional? ¿Qué sabor emocional nos
dejó en la boca? Para descubrir esto, tenemos que completar la siguiente
frase:
«Cada vez que se
rompe una de mis relaciones íntimas, me quedo con una sensación de...».
¿Nos sentimos
abandonados, ultrajados, traicionados, despreciados o...? Si nos esforzamos por
encontrar esa palabra o frase que nos resuene, podremos ver de nuevo de qué
modo nos trató nuestra pareja para que no quisiéramos seguir adelante con la
relación. O de qué modo nos comportamos nosotros que llevó a nuestra pareja a
dejar de comportarse cariñosamente con nosotros. Después, podremos ver más allá
del comportamiento físico para adentrarnos en el contenido emocional del
resultado. Tenemos que encontrar la señal emocional subyacente a la experiencia
desagradable.
El objetivo del
segundo paso es encontrar una palabra o una frase que describa el resultado
emocional negativo común de nuestros intentos fracasados por mantener una
relación íntima. Esta señal emocional común es la clave que nos permitirá
descubrir el tema básico acerca del modo en que terminan nuestras relaciones
íntimas. Y este tema será «nuestro
patrón negativo», y este patrón será nuestra
definición inconsciente del amor. También será la motivación inconsciente
que hay tras el drama que manifestamos en otros muchos aspectos de nuestra
experiencia vital.
Por ejemplo, quizás
nos percatemos de que, cuando nuestras relaciones íntimas se rompen, nos
sentimos “abandonados”. Esto nos dice que, desde nuestra más tierna infancia,
hemos equiparado el “ser abandonados con el ser amados”.
Dicho de otro modo,
durante nuestra infancia sufrimos una potente experiencia de abandono en un
momento en que necesitábamos realmente sentirnos amados. Y sabremos que esto es
así si nuestras relaciones íntimas comienzan con romance y con flores, pero
terminan dejándonos con una intensa sensación de abandono. Esto será así,
evidentemente, si nuestro patrón particular es de abandono.
Pero nuestro patrón o tema bien puede ser de
abusos físicos o insultos, de traición, de decepción, etc. También puede que
tengamos numerosas subdefiniciones de lo que pensamos inconscientemente que es
el amor, pero siempre habrá un tema principal.
Sabremos si hemos
identificado acertadamente nuestra definición inconsciente del amor cuando
demos el siguiente paso.
Tercer
paso: ¿Se observa en mi familia el mismo patrón?
Observemos ahora el
resultado de nuestros intentos por mantener unas relaciones íntimas dentro de
nuestra familia inmediata.
En primer lugar,
echemos un vistazo a nuestros padres. ¿Encaja la palabra o frase que hemos
elegido para describir el modo en que nos sentimos cuando se rompen o se agrian
nuestras relaciones íntimas con el modo en que se relacionaban nuestros padres
entre sí cuando éramos niños? ¿Encaja con la forma en la que ellos se comportaban
con nosotros? ¿Describe esta palabra o frase el resultado emocional de las
relaciones íntimas de cualquiera de nuestros hermanos?
Si vemos que nuestro
patrón emocional negativo se manifiesta de algún modo en las experiencias
vitales de nuestra familia inmediata, entonces sabremos que estamos siguiendo
la pista correcta.
El motivo de ello es
que nuestra definición inconsciente del amor no es algo exclusivamente nuestro.
Es algo que heredamos de nuestros padres y que ellos heredaron de los suyos. Y,
si ellos nos lo transmitieron a nosotros, también se lo transmitieron a
nuestros hermanos. Es un sistema inconsciente de creencias acerca de la
naturaleza del amor que compartimos con el resto de nuestra familia inmediata,
y que aparecerá de una forma u otra dentro de las relaciones de nuestra
familia, porque las familias comparten normalmente la misma definición
inconsciente del amor.
Puede que en un
principio no lo veamos en sus interacciones físicas, pero mostrará su faz en
las reacciones emocionales negativas que tengan lugar si las relaciones íntimas
se rompen o se agrian.
Cuarto
paso: ¿Qué es lo opuesto de mi definición inconsciente?
El cuarto paso puede
parecer sencillo, pero suele suponer un reto. Tomemos la palabra o frase que
describe nuestra definición inconsciente del amor y nos preguntamos ¿qué es lo opuesto?.
Esta tarea puede no ser tan sencilla como
pueda parecer en un principio, debido a que no valoramos lo opuesto a nuestra
definición inconsciente del amor, y por ello, al principio es complicado acceder mental o emocionalmente a ello. Por
tanto, quizás dejemos un espacio en blanco mental para esta pregunta, o quizás
elijamos la palabra amor como opuesto. Sin embargo, es poco probable que la
palabra amor sea la opuesta de nuestra definición inconsciente del amor.
Tenemos que formular
la pregunta sinceramente y, luego, dejar que nuestra presencia interior nos
revele la respuesta sin esfuerzo. Sabremos que habremos logrado la respuesta
correcta porque esa respuesta resonará en nosotros en muchos niveles.
Una vez hayamos
conseguido conocer nuestra definición inconsciente del amor y hayamos
descubierto también su polo opuesto, estaremos preparados para restablecer el
equilibrio emocional en nuestra experiencia vital. Pero, antes de que demos el
quinto paso en este procedimiento de equilibrio emocional, conviene que echemos
una mirada más atenta a otro aspecto de nuestro comportamiento heredado.
Desde niños, se nos
enseñó mediante el ejemplo que, para recibir algo, teníamos que salir al mundo
exterior y «conseguirlo», de ahí que la norma que adoptáramos, sin
cuestionárnosla siquiera, fuera la de «conseguir es recibir». Sin embargo, si
contemplamos esta forma de proceder desde una perspectiva de unidad, veremos
que carece de sentido. Para adoptar la perspectiva de unidad, tenemos que
vernos a nosotros mismos como una única célula en el vasto cuerpo de todo
cuanto existe.
Al mismo tiempo que
somos individuos, somos interdependientes. Desde un punto de unidad, el hecho
de recibir mediante la consecución no tiene sentido porque, en todas las
circunstancias, lleva implícita la idea de que lo que se consigue hay que
quitárselo a otro. Si una célula le arrebatara algo a otra, crearía un
desequilibrio en el organismo en su conjunto.
En otras palabras, la
consecuencia de la consciencia de «consecución» es que alguien o algo en la
totalidad de nuestra experiencia pierde invariablemente algo. Cuando intentamos
«conseguir» algo de este mundo, ponemos en marcha siempre un reflejo de
carencia en nuestra experiencia del mundo. ¿Cómo puede un acto de «consecución»
devolver el equilibrio a algo?
El
acto de «consecución» pone siempre en marcha un reflejo de carencia.
Cuando sentimos una
carencia en algún aspecto de nuestra vida es porque, en algún momento y de algún
modo, hemos estado intentando conseguir esa misma cosa de los demás.
Si,
en lugar de intentar conseguir lo que sentimos que nos falta en la vida,
encontramos primero una manera de dárnoslo a nosotros mismos y más tarde al
mundo, nos daremos cuenta de que nuestra sensación de carencia comienza a
disminuir de forma apreciable.
Una vez hayamos
identificado nuestra definición inconsciente del amor, así como su polo
opuesto, estaremos preparados para dar el siguiente paso.
Quinto
paso: Dar es recibir.
El quinto paso nos
pide que demos aquello mismo que queremos recibir. Este paso tiene dos fases.
1. Tenemos que comenzar por damos
incondicionalmente a nosotros mismos lo que pretendemos recibir de los demás. Y
no hay manera de sortear este principio. Si, por ejemplo, hemos descubierto que
nuestra definición inconsciente del amor es «abandono», y que su opuesto es
«compromiso», tendremos que optar sinceramente por comprometernos, no importa
cómo.
Cada vez que aparezcan síntomas de
desequilibrio físico, mental o emocional en nuestra experiencia, tenemos que comprometernos a responder ante ellos, en
lugar de reaccionar ante ellos.
Tenemos que
comprometernos a dirigirnos, nutrirnos, sanarnos y enseñarnos a nosotros
mismos.
Tenemos que
comprometernos a rescatar a nuestro yo infantil de sus sentimientos de abandono
en el pasado.
Tenemos que comprometernos a decir «sí» cuando
queremos decir «sí» y «no» cuando queremos decir «no».
Tenemos que
comprometernos con nuestro propio crecimiento emocional.
Tenemos que comprometernos a activar nuestra
conciencia de la presencia interior.
2. Después
tenemos que dar incondicionalmente lo que hemos estado intentando obtener de
todas las demás personas que entran en nuestra experiencia vital.
Si, por ejemplo, lo opuesto a nuestra definición
inconsciente del amor es «compromiso», tendremos que demostrar a través del
ejemplo a todas las personas de nuestra experiencia vital que estamos
comprometidos con ellas.
Pero lo más
importante hacerlo sin condiciones. Nuestro comportamiento no debe estar
determinado por el resultado que deseamos obtener.
No se habla aquí de conseguir; se habla de dar. No
se habla aquí de lo que los demás puedan pensar o cómo puedan responder o no a
nuestras intenciones. Se habla simplemente de hacer lo que haga falta para
restablecer el equilibrio en la calidad de nuestra experiencia vital.
En lugar de revolearnos en los dramas que nuestra
definición inconsciente del amor manifiesta, tenemos que decidirnos ahora por
dar los pasos necesarios para estimular lo opuesto de esta experiencia dentro
de nosotros y en nuestras interacciones con todos los que nos rodean.
Siguiendo este curso de acción, sentiremos un
cambio de inmediato. ¿Por qué? Porque el
mundo es un espejo, y siempre lo será; Este ajuste en nuestra interacción
con el mundo y con nosotros mismos nos demostrará de inmediato:
Que dar es recibir. Que no
estamos separados de nadie ni de nada de cuanto nos rodea. Que, cuando damos
incondicionalmente, disponemos de una cantidad ilimitada de lo opuesto a
nuestra definición inconsciente del amor para darle al mundo.
Y de ultimo
despertaremos a la constatación que:
No
hay nada que «conseguir» en este mundo.
No hay amor que
«conseguir» en el mundo. El mundo es tan neutral como un espejo; todo lo que
vemos en él es lo que nosotros ponemos ante él.
Si intentamos
«conseguir» amor de este mundo, nos iremos sumergiendo cada vez más en una
experiencia de carencia y de falta de amor. Cuando de verdad integramos que no
hay nada en el mundo que podamos conseguir y que, por el contrario, somos
nosotros los que tenemos que aportar el amor incondicional a nuestra
experiencia del mundo, será cuando cruzaremos el puente que nos lleve a una
nueva experiencia vital mucho más profunda.
Entonces habremos aprendido el secreto de la
experiencia del amor incondicional, que consiste en que somos nosotros los que
tenemos que dar ese amor incondicional. Somos al ciento por ciento responsables
de la calidad de todas nuestras experiencias.
Lo
que somos realmente es amor y, por tanto, amor es lo único que podemos dar.
Cualquier otra cosa que demos no será real ni duradera; será una ilusión. Sin
embargo, el amor, si se da incondicionalmente, es eterno.
M. Brown